sábado, 6 de octubre de 2007

Los otros niños de la guerra (I)



Durante los primeros años de la guerra civil española, el gobierno republicano determinó que muchos niños españoles debían de ser evacuados a otros países, una severa medida que los condenó al exilio desde la más tierna infancia siendo muchos los niños que se evacuaron, los niños de la guerra, a otros países y continentes como la URSS, América latina y distintas naciones europeas.
El fin primordial fue preservarlo del riesgo de los bombardeos de los "nacionales" y salvar de esta manera a una generación. Pero aquí se quedaron los' 'otros" niños de la guerra, los que tuvieron que soportar en cualquier lugar de la "zona nacional" los ataques de la artillería y la agresión de la aviación, el hambre, la angustia y el miedo de nuestra larga posguerra en medio de un aislamiento inhumano y de una soledad escalofriante.
¿Fueron ellos acaso, los responsables del rígido régimen franquista surgido al final del conflicto para que tuvieran que pagar sus consecuencias?.
Entre los "otros" niños de la guerra me incluyo yo, nacido a mediado de mayo del año 45 -casi tres meses antes de que los americanos arrojaran sus famosas bombas desde el bombardero B-29 "Enola Gay" sobre Hirochima el 6 de agosto y el día 9, otro bombardero, el B-29 Bockscar arrojara la segunda sobre Nagasaki y diez años antes de que también los americanos nos trajeran aquella leche en polvo y el queso amarillo a cambio de implantarse en Rota donde todavía se encuentran, que quedamos olvidados sobreviviendo bajo el peso de un agobiante silencio entre las ruinas de la tragedia que asolaba el país, ignorando por entonces que de un modo u otro aquellos difíciles años habrían de influir a lo largo de nuestras vidas.
Nadie ignora que durante todos esos años "vivimos" bajo la sombra amenazante del bloqueo internacional, el hambre y la represión, no existía para nosotros ni derechos, ni juguetes; solo podíamos disfrutar del aire libre de la calle viciado por el aura gris de la tragedia.
Y nosotros, los "otros", niños de la guerra, en medio de la paz engañosa compartíamos fantasías con viejos compañeros que des pués se instalaron para siempre en los anaqueles de nuestra memoria como fueron: las pelotas de papel o de trapo, los libros de aventuras, los héroes de los cómics, el plumier de hojalata, los recorta bles de papel o cartulinas y los álbumes de cromos que comprábamos en las imprentas, los caballos de cartón. Todos ellos viejos camaradas silenciosos, que nos ayudaron a sobrevivir del miedo, del olvido y la indiferencia.
Y estos antiguos compañeros, aún hoy siguen habitando en nosotros como vestigios de una infancia perdida. Y como testigos de unos años que resultaron mágicos por irrepetibles.
Nuestra escuela fue la calle, y desde muy jovenes dimos el callo trabajando en el campo para ayu dar a la casa alternándola con los juegos en las calles y ante un por venir incierto. Jugábamos sobre las aceras de las calles empedra das a las carreras de chapas, a la rayuela, al burro o a las cuatro esquinas, corríamos por las calle; persiguiéndonos unos a los otros y disparando nuestras pistolas imaginarias sobre los "malos" y nos enfrentábamos a pedradas con los niños de otros barrios.
Por las noches, cambiábamos las señales que ponían las mujeres antes el grifo de ía Fuente del Piojo para coger el "sitio" para el día siguiente llenar sus "cacharros' ' de agua y que nos servia para ver enfrentarse las féminas al encontrar dichas señales fuera del lugar en que las había colocados el día anterior.
En invierno, hacíamos fogatas en cualquier lugar con los elementos que buscábamos por los alrededores, como era cartón o papeles pasándonos la calada de algún cigarrillo liado con tabaco procedente de varias colillas encontradas por el suelo y donde nos contagiábamos los piojos que nuestras madres lo arreglaba lavándonos la cabeza con jabón "Lagarto" o vinagre caliente.
Buscando en el bar de "La Goya" entre el aserrín del suelo alguna que otra cabeza de pescado dejada allí por algún agraciado que puso pagarla, o comprando en el freidor de Rivero papelones de "mijitas", o en la Carnicería de Márquez los dos reales de "Atiento de manteca" que decíamos que nos gustaba tanto, así como esperar los barcos de pesca en Bajo de Guía para que algún marinero nos diera algún trozo de pan "mareado", que también decíamos que era mejor que el de casa, claro, allí no había.

(continúa).../...

ver pdf http://www.scribd.com/doc/10970712/Los-Ninos-de-La-Guerra-1

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